“Quien no vio el cementerio de Santiago, no conoció a Santiago”. Emilio Rodríguez Demorizi
Aunque en 1775 la corona española había ordenado la eliminación de los cementerios parroquiales, todavía para 1805 el cementerio de la ciudad estaba frente a la Iglesia Parroquial Mayor, hoy Catedral Santiago Apóstol. En una fecha no determinada, fue trasladado junto al camino que conducía al río por La Otra Banda (al final de la calle Del Sol, plantea Papito Rivera), donde se hallaba al momento de la proclamación de la Independencia Nacional. En una fecha anterior a 1844 (1839, dice Rivera) – año en que se aludía a él como el cementerio viejo - fue reubicado en el extremo norte de la calle de San Sebastián (hoy 30 de Marzo); no obstante, su tumba más antigua data de 1855. El camposanto abandonado existía todavía en 1892, cuando sus inmediaciones se designaron para llevar animales muertos. Rivera sostiene que el osario de ese segundo cementerio se clausuró en 1850.
Alejada del casco central, la nueva necrópolis quedó separada de los vacíos circundantes por muros –ante los que fueron fusilados en 1863 Eugenio Perdomo, Vidal Pichardo, Carlos de Lora, Ambrosio de la Cruz, Antonio Batista y Thomas Pierre, primeros mártires de la Restauración - que definieron un perímetro que, para 1880, presentaba condiciones deplorables. Una concepción diferente en su paisajismo empezaría a perfilarse con la reedificación de sus muros (1881), la desecación de una laguna (1882), la designación de un celador (1883), la separación de los entierros de los variolosos mediante pilares de mampostería (1884), la aprobación de un reglamento sobre las funciones de sus empleados (1891), la apertura de una zanja para el desagüe de aguas estancadas (1893) y de manera especial, con la calzada de la calle principal y una capilla, hechas construir por la sociedad La Progresista del Yaque (1887-1889). Esta última fue destruida por un sismo en 1897 y sus ruinas fueron eliminadas en 1906.
Su emplazamiento alejado del casco urbano, que significó un avance importante en la higienización de la ciudad, propició la adopción de un concepto de paisajismo basado en la idea de la representación del paraíso terrenal e implicó la aparición de una nueva tipología arquitectónica: la funeraria, que trajo consigo la irrupción del estilo neoclásico. Su conversión en un espacio donde empezarían a resumirse los valores simbólicos de la espiritualidad burguesa no pudo, sin embargo, sustraerse del influjo de la religión católica: en 1888, el ayuntamiento negó a la Logia Nuevo Mundo No.5 la construcción de un mausoleo masónico y en 1894 el párroco de la Iglesia Mayor, Carlos Nouel, se opuso por ante el presidente del ayuntamiento, José Nicolás Vega, al entierro del masón y farmacéutico alemán Eugenio Muller, por no pertenecer a la religión católica, hecho que determinaría la construcción, por la Logia Nuevo Mundo No.5 y en terrenos donados por el ayuntamiento, del denominado Cementerio Cosmopolita, que se ubicó al este del que pasó a llamarse Cementerio Católico y destinado a dar cabida a los masones, los no católicos y los rechazados por el clero. Su erección se confió a Onofre de Lora, quien lo concluyó en 1895. Fue inaugurado el 15 de agosto de 1897 por el presidente Ulises Heureaux.
El Cementerio General, nombre que se dio al conjunto del Cementerio Católico y al Cementerio Cosmopolita – espacialmente integrados pero a la vez divididos por una pared -, acogió tanto ornamentadas tumbas como sencillos enterramientos, todos definitorios de los rangos sociales de los difuntos. El nuevo perfil que en su imagen empezó a delinearse desde fines del siglo XIX lo configuraron, fundamentalmente, costosos monumentos funerarios de acaudalados munícipes, auténticos símbolos parlantes de su status, riqueza y poder, que convirtieron ambos camposantos en exponentes de las pautas estéticas francesas e italianas que guiaban el arte funerario para la época.
Ampliado en su extremo norte en 1902, el cementerio católico fue ocupado y dañado junto al cementerio cosmopolita por fuerzas revolucionarias durante el sitio de los Comeburros en 1914. Muy posteriormente, su pared frontal original fue eliminada – y con ella la inscripción latina Domus Omnibus (La casa de todos) que la presidía – y fue levantado un nuevo muro perimetral al que se integró la capilla donada en 1939 por José y Jacinto Dumit y dedicada a Cristo Crucificado. Esa nueva ampliación hacia el sur y la eliminación del muro que lo separaba del cementerio cosmopolita permitieron la apropiación paulatina de nuevos espacios para tumbas y nichos, que no en todo momento ha sido ordenada, pues determinadas zonas revelan un crecimiento no planificado, desintegrador de su armonía espacial.
Múltiples son los valores presentes en el Cementerio Municipal de la 30 de Marzo. Patrimonio artístico, arquitectónico, histórico e intangible, esta necrópolis brinda una visión particular de la sociedad santiaguera de finales del siglo XIX y el siglo XX a partir de su amplia gama de monumentos funerarios de distintos estilos, reflejo a su vez del proceso migratoria recibido por la ciudad y cómo su impronta deja sus huellas a través de los estilos arquitectónicos y sus inscripciones lapidarias, en los que descansan los restos de variados personajes de la historia local y nacional y entre los cuales se entretejen testimonios orales y rituales mágicos relacionados con el vudú dominicano, específicamente a la división de los guedeses, cuyo jefe es el Barón del Cementerio, presenta ésta en todos los cementerios nacionales, asignando poderes divinos a ciertas tumbas del lugar.
En 1976, el Archivo Histórico de Santiago inventarió las tumbas de reconocido valor de este camposanto. Sin embargo, nunca se ha planteado la realización de un proyecto para el rescate de sus patrimonios edificado e inmaterial y su consecuente valorización. Su puesta en valor a través de acciones de inventario (como lo es hoy el Cementerio Pére Lachaise, en París, Francia), conservación y difusión y su factible conversión en un museo a cielo abierto, más allá de lo trágico y doloroso y sin menoscabo de su valor espiritual y religioso, lo erigirían en un novedoso recurso pedagógico y cultural.
Relación de tumbas de interés
1. Mausoleo de José Manuel Glas. Construido en mármol de Carrara a un costo de quince mil francos por el escultor Oreste Bardi, llegó al país a partir de 1895 por el puerto de Sánchez en piezas de varias toneladas, transportadas hasta La Vega en ferrocarril y traídas a Santiago en carretas tiradas por bueyes. Armado con posterioridad a 1900, lo preside la estatua yacente - para la que posó con una mortaja en el taller del escultor Jules Feberv en Niza, Francia - de José Manuel Glas (Cotuí, 1834-Santiago, 1895), comerciante, masón, restaurador y munícipe.
2. Mausoleo de Daniel Ortiz. Levantado en 1915 para descanso de los restos de Daniel Ortiz, asesinado en 1911 por el general Santiago Díaz y Díaz (Chago), quien pretendía que Ortiz asumiese la paternidad de la criatura que nacería como producto del estupro de su propia hermana. Originalmente, su lápida se leía: “Aquí yacen los restos de Daniel Ortiz, calumniado y asesinado cínicamente en Jacagua”. Este denunciante epitafio, que enfrentó judicialmente entre 1928 y 1930 a su viuda Caridad Alfonso y al ayuntamiento en un litigio que llegó hasta la Suprema Corte de Justicia, fue hecho desaparecer en los años 40.
3. Mausoleo de Cipriano Mallol. Es la tumba más antigua del cementerio. Mallol, nacido en Canet, Cataluña, el 6 de abril de 1795 y fallecido en Santiago el 1 de noviembre de 1855, fue una figura de relieve en el comercio de Santiago en los días de la Ocupación Haitiana y la Primera República. Es ascendiente por la línea de su hija Ana Rosa Mallol Olmedo, esposa del presidente José Desiderio Valverde, de las familias Guzmán García, García Ariza, Mella García, García Beltrán, Campagna García, Ricardo García, Torres García, Pichardo Valverde y Valverde Valverde.
4. Panteón de José Batlle. Pedido en 1900 a la casa Primo Fontana en Carrara, Italia, acoge los restos del munícipe y comerciante de origen catalán José Batlle Filbá (Mataró, 1844-Santiago, 1899) y sus descendientes. Sus despojos estuvieron en el panteón de su cuñado Augusto Espaillat Espaillat hasta 1903, cuando fueron inhumados en este singular mausoleo de mármol blanco con reminiscencias egipcias en sus piezas arquitectónicas.
5. Panteón de Johann Bischoff. Una de las tumbas más atrayentes del Cementerio Cosmopolita. Erigida en mármol negro por la fábrica de cigarros y cigarrillos La Habanera hacia 1916 en recuerdo de su empleado Johann Bischoff (Treffurt, Alemania, 16 junio 1886-Santiago, 17 septiembre 1910), muerto de una enfermedad contagiosa. Su motivo central lo constituía una columna trunca, evocadora de la interrupción de la vida, hoy lamentablemente rota.
6. Resto del muro original. Parte de la tapia ante la que fueron fusilados el 17 de abril y el 6 de mayo de 1863 Eugenio Perdomo, Vidal Pichardo, Carlos de Lora, Ambrosio de la Cruz, Antonio Batista y Thomas Pierre, primeros mártires de la Restauración, fue convertida en monumento y sobre ella se colocó una lápida recordatoria en 1929. Los restos de estos precursores de la guerra restauradora estuvieron en el cementerio hasta 1895, cuando fueron llevados a la Iglesia Mayor (hoy Catedral Santiago Apóstol), donde permanecieron hasta 1988, en ocasión de su traslado e inhumación en el Panteón Nacional.
7. Panteón Copello – De Soto. Bajo la piadosa mirada de una exquisita virgen en mármol, esta sepultura acoge los restos del munícipe y embajador Anselmo Copello (Santa Margarita Ligure, Italia, 1879 – Washington, Estados Unidos, 1944) y su esposa Argentina de Soto. Socio de Richard Sollner en la fábrica de cigarros y cigarrillos La Habanera desde 1907, Copello llegó a ser posteriormente su presidente ya convertida en Compañía Anónima Tabacalera. También fue presidente del Ayuntamiento de Santiago y del Centro de Recreo.
8. Panteón de Augusto Espaillat. En esta estructura ecléctica en mármol de Carrara, coronada por una llama votiva y encargada a la casa de Primo Fontana en 1897, reposan los restos de Augusto Espaillat Espaillat (1849/50-1896), que estuvieron hasta 1899 en el panteón de Tomás Pastoriza. Espaillat estableció en 1870 el Bazar Parisién, gran almacén dedicado a la venta de mercancías importadas, suplidor de efectos de comercio para revendedores locales y comerciantes de la región del Cibao y con amplias relaciones con casas estadounidenses, canadienses y europeas. Considerado uno de los comerciantes más acaudalados de la ciudad en el último tercio del siglo XIX, fue presidente del Ayuntamiento de Santiago (1886), miembro de la Junta de Fábrica de la Iglesia Mayor (1888), miembro del Comité Propagador del Ferrocarril Central Dominicano (1889) y promotor de la fundación del Cuerpo de Bomberos (1894).
9. Mausoleo de Ercilia Pepín. La educadora Ercilia Pepín (1884-1939), en previsor adelanto a su muerte, requirió el diseño y construcción de este austero mausoleo en estilo Art Deco al ingeniero Rafael Alfonso Aguayo Ceara, constructor también del antiguo Palacio de Justicia, la iglesia Nuestra Señora de la Altagracia y la Plaza Valerio.
10. Mausoleo a los caídos en la tragedia de Río Verde. Levantado en 1953 para albergar los restos de los integrantes del equipo de béisbol de Santiago y sus acompañantes, accidentados en Río Verde, Yamasá, el 11 de enero de 1948 a su regreso en avión desde Barahona, donde habían participado de dos partidos amistosos. Anualmente, la Asociación de Cronistas Deportivos de Santiago conmemora aquella tragedia en un acto en el que se pasa lista a los nombres de los fallecidos y se entona el soneto del poeta Ramón Suárez Vásquez, compuesto al calor de la noticia del accidente.
11. Tumba judía en el Cementerio Cosmopolita. Este singular enterramiento corresponde a Isaac Benoliel, natural de Gibraltar y residente en Manchester antes de avecindarse en Santiago, donde murió el 5 de mayo de 1896 a la edad de 28 años. Además de su forma, llaman la atención los caracteres y símbolos presentes y el año de su muerte conforme el calendario judío.
Texto realizado para el recorrido por el Cementerio 30 de Marzo con el Centro León el sábado 5 de noviembre de 2016, a propósito del Día de los Fieles Difuntos.
Edwin Espinal Hernández
Abogado e historiador
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